Hace un tiempo tuve una entretenida comida con un colega guitarrero, y en la conversación surgió algo que en absoluto había oído hasta entonces, y es que al parecer hay quien dice que a partir de los años cuarenta la factura de las guitarras Ramírez, como muebles, comenzó a ser mejor que las de años anteriores, y que eso coincidía con el período en que entraron los silleros, a saber: Paulino Bernabé, Manuel Contreras y Antonio Martínez.

Incluso mi colega llegó a decirme que él mismo había visto esa mejoría en guitarras de esa década que cayeron en sus manos.

Importancia de los silleros

Antes de continuar, quiero aclarar que mi padre solía decir que los silleros eran, entre los ebanistas, probablemente los más diestros, porque hacer una silla de madera como Dios manda era una tarea realmente difícil que denotaba una gran habilidad en el manejo de la herramienta.

Como mi padre amaba lo bien hecho, siempre se rodeó de los mejores, para que mantuvieran la excelencia que él se exigió siempre a sí mismo y que marcó toda su obra. Y por eso contrató a estos tres ebanistas, cuya calidad profesional respondía ampliamente al nivel que mi padre buscaba para sus guitarras.

Como ellos, hubo –como aún hoy sigue habiendo- grandes artesanos trabajando en nuestro taller, y que pasaron las pruebas nada fáciles que mi padre, su maestro, les ponía para aceptarles en su equipo. Esa misma forma de proceder la heredamos mi hermano y yo, al igual que mis sobrinos Cristina y José Enrique.

La búsqueda de la excelencia por José Ramírez IV

No sé de dónde pudo partir esa historia acerca de la mejora en la calidad artesanal de nuestras guitarras en los años cuarenta, y que esta mejora estuviera basada en las tres personas indicadas, puesto que Paulino entró en JR al final de los 50 y M. Contreras y A. Martínez entraron ya en la década de los 60, pero lo cierto es que justamente en 1940 mi padre tenía 18 años, y acababa de entrar en el taller de mi abuelo para aprender el oficio.

Por tanto, si hubo realmente una mejora en la calidad en esa década, tuvo que deberse a mi padre, obviamente, puesto que las cuentas casan. Y el dato también casa con la personalidad de mi padre, porque era tal su obsesión por la calidad y el detalle exquisito, que se planteaba retos que realmente le complicaban la vida.

Siempre fue perfeccionista, poseía una vasta cultura, y era un gran amante de la Historia y las Bellas Artes, incluso llegó a estudiar pintura. Se imponía trabajos difíciles, barrocos, pero de apariencia sencilla, y que solo un buen guitarrero es capaz de apreciar.

Tenemos en nuestra colección una guitarra construida por él en 1946, en abeto y arce, cuyo mosaico, un entrelazado irregular de tres hilos de colores, y aparentemente inofensivo, fue el mosaico más endemoniadamente difícil que había hecho jamás, según nos confesó en cierta ocasión a mi hermano y a mí. Y no solo eso, sino también las cenefas y el detalle de la pera del zoque, aunque de apariencia sencilla, por la complejidad de su elaboración, son igualmente muestras de su maestría y meticulosidad.

Como ya he señalado, hace falta ser un buen guitarrero para darse cuenta del valor de ese trabajo.

Los silleros de Guitarras Ramírez en los años 50 y 60

Los años cincuenta fueron años de expansión, y para comprar una guitarra Ramírez había una lista de espera de unos dos años, demora que siguió creciendo y llegó a ser hasta de tres años y medio a mediados de los sesenta. Así que en 1960 mi padre trasladó el taller a la calle General Margallo para formar más guitarreros y reducir el tiempo de espera.

Como puede verse, los años cuarenta quedaron muy atrás, y como ya he comentado, no fue hasta finales de la década de los cincuenta cuando Paulino Bernabé entró en esta casa.

Sería entre 1958 y 1959, cuando mi padre contrató a Paulino, puesto que en su búsqueda de un buen sillero, había visto su trabajo impecable y su afición a la construcción de guitarras que quiso tenerle en su equipo de trabajo. Y tal era su calidad profesional, que mi padre le dio el puesto de encargado del nuevo taller.

Poco después, recomendados por Paulino a petición de mi padre de otros silleros de alto nivel, entraron también Manuel Contreras y Antonio Martínez. No me cabe la menor duda de que todos ellos contribuyeron a mantener la excelencia en la calidad de las guitarras que salían de nuestro taller, al igual que el resto de los grandes guitarreros que se formaron aquí.

Todos ellos, sin excepción, aprendieron el oficio y lo practicaron en nuestro taller siguiendo las pautas marcadas por mi padre, sus directrices, sus diseños y sus investigaciones. Las condiciones para trabajar en nuestro taller son: la calidad profesional, la habilidad manual, y seguir nuestras directrices y diseños sin introducir nada que se salga de esas pautas.

Todas las guitarras una vez terminadas eran inspeccionadas minuciosamente por él, de manera que no se le escapaba ningún detalle. Actualmente, hago yo ese trabajo siguiendo su enseñanza directa.

De los tres silleros, el único que continuó en el taller hasta que se retiró por un problema de alergia a la madera, fue Antonio Martínez. Manuel Contreras fue el primero en irse y montar su propio taller. Más tarde, poco antes del traslado de General Margallo a Ramón Aguinaga, en 1971, Paulino Bernabé también se marchó y se instaló por su cuenta.

La calidad como sello de Guitarras Ramírez

El nuevo taller tuvo como encargado a un ingeniero industrial, Enrique Cárdenas, hasta que se retiró en 1988, quedándose mi hermano a cargo de la dirección del taller. Y en 1993 regresamos a General Margallo, donde continuamos en la actualidad.

Así que, a las fechas me remito, y desde luego es obvio que las cuentas no salen en cuanto a la autoría comentada por mi colega del aumento de calidad en los años cuarenta, como él mismo tuvo que admitir.

También he de decir que no sé si es cierto que la calidad de construcción, como muebles, de las guitarras Ramírez mejoró en los años cuarenta. Me consta que la calidad siempre fue el sello de esta casa.

También sé que la guerra y la posguerra fueron períodos en los que era muy difícil conseguir maderas, ya ni siquiera me atrevo a poner el calificativo de “buenas”, pero la construcción seguía siendo impecable, aunque el material no facilitara las cosas. Hacían lo que podían con lo que conseguían encontrar, lo cual ya tuvo mucho mérito, porque mantener una guitarrería en esas condiciones no debió ser nada sencillo.

Escrito por Amalia Ramírez

Anotaciones

Agradezco a Miguel Martínez, a quien siempre recurro como la memoria más antigua y fiel de esta casa, por su ayuda en la elaboración de este escrito, aportando datos y fechas basándose en su experiencia directa. Miguel formó parte de este negocio familiar desde 1954 hasta 2000.

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