Dado que mi abuelo, José Ramírez II, fue siempre bastante poco comunicativo, puedo asegurar que hemos tenido una información acerca de nuestra familia de guitarreros realmente esquemática, por no decir escasa, en la que había -y aún sigue habiendo- muchas lagunas, información que, recogida en parte por mi padre y por otra parte complementada gracias a investigadores amantes de la guitarra, hemos ido rellenando.
Creíamos que la afición al oficio de guitarrero empezó con mi bisabuelo, José Ramírez I, que inició su aprendizaje en 1870, a la edad de 12 años; que fue el maestro de su hermano pequeño, Manuel Ramírez de Galarreta. Y que ese fue el inicio de una gran escuela de guitarreros en Madrid, una escuela de maestros que dejaron también su impronta en la historia de la guitarra española.
Sin embargo, hace unos tres años, recibimos la noticia de que el hermano mediano, Antonio Ramírez de Galarreta, tuvo su propia guitarrería en Logroño, en la calle Mayor 52, hacia 1890.
José, Antonio y Manuel fueron los tres únicos hijos varones de Domingo Ramírez de Galarreta y Martínez de Abad, quien a su vez fue un gran aficionado a la guitarra, además de constructor y maestro carpintero. En aquella época, en Madrid, los guitarreros también pertenecían al gremio de la Madera. Creemos que es muy probable que el hecho de que los tres hijos varones de mi tatarabuelo Domingo fueran guitarreros, se debiera a que su padre les inculcara dicha afición, y ¿por qué no? que también él hubiera construido guitarras, aunque no se dedicara a ello como profesión. Practicó varias actividades, pues además de las ya mencionadas, fue terrateniente y criador de caballos. Ser guitarrero, aunque aficionado, podría muy bien haber sido otra de sus actividades.
Así que en estos momentos no sabemos a qué tiempo se remonta nuestra tradición familiar entregada a la construcción de guitarras. Pero por ceñirnos a lo que sí podemos constatar, fijamos el inicio en el año en que mi bisabuelo, José Ramírez I, empezó su aprendizaje con Francisco González, en 1870, si bien la fundación de su propio taller fue en 1882.
Pasión por la guitarra y la música
En cualquier caso, la afición a la guitarra en nuestra familia no solo estaba enfocada en su construcción, puesto que José también tocaba la guitarra, por lo que se deduce de las anotaciones que figuran en un libro de cuentas suyo que conservamos, donde se reflejan, periódicamente, ingresos por “clase de guitarra”. Al igual que al menos dos de sus hijos: José y Luis, que también fueron guitarristas profesionales.
José, además de aprender el oficio de su padre, a la edad de 20 años viajó con un grupo de artistas a Sudamérica, contratado como guitarrista, más conocido como Simón, o José Simón. En cuanto a Luis, perteneció al Trío Español y posteriormente al Trío Alpino, de laúd, bandurria y guitarra. Nos informaron acerca de la existencia de unos cilindros de cera con grabaciones de Simón y Luis Ramírez, en torno a 1898 y 1905, cuando los hermanos eran aún unos críos.
La guitarra de Tablao
Los tablaos flamencos y los cafés cantantes empezaron a surgir en Madrid a finales del siglo XIX, complicándoles la vida a los guitarristas flamencos, acostumbrados a sus guitarras pequeñas que se dejaban oír sin problemas en los ambientes íntimos de una habitación. Pero las voces de esas guitarras desaparecían detrás de las palmas y los zapateados en aquellos locales de mayor tamaño. Y así fue como acudieron a José pidiéndole una guitarra de mayor potencia sonora que no se amilanara ante sus compañeros de escenario en las nuevas salas. Y así fue como José creó la guitarra de Tablao, de la que hemos hecho una versión moderna basándonos en el diseño de mi bisabuelo, y que verdaderamente tiene un sonido potente y bello.
La relación de José Ramírez I y Manuel Ramírez
JR I, fue, como dije más arriba, maestro de su hermano pequeño Manuel. Pero por circunstancias de la vida, y porque al parecer ambos tenían un carácter muy fuerte, discutieron y se separaron. Para siempre. José se estableció en el Rastro, y posteriormente en Concepción Jerónima 2, y Manuel se instaló en la calle Arlabán 11. Nunca más volvieron a hablarse, y cada uno siguió su camino sin mirar atrás.
Existe una guitarra que pertenece a la colección de Félix Manzanero, que es fiel muestra de las tensiones que debieron calentar el ambiente del taller que compartieron los hermanos antes de la ruptura. En el interior, está la etiqueta que reza:
GUITARRERÍA
DE
JOSÉ RAMÍREZ DE GALARRETA Y HERMANO
CONSTRUCTORES
Con la dirección de Cava Baja 24.
Y con la ayuda de un espejo se puede ver el sello varias veces estampado, diría que frenéticamente, en la parte interior de la tapa, que reza:
FABRICA DE GUITARRAS
MANUEL RAMIREZ
Tras la separación, Manuel continuó construyendo la guitarra de Tablao, y poco a poco la fue modificando hasta que desarrolló el modelo de guitarra flamenca que sigue siendo el referente aún en la actualidad.
La Manuel Ramírez de Andrés Segovia
Manuel, estando un día en su taller con el catedrático de violín José del Hierro, tuvo la inesperada, y afortunada visita, de un joven que quería alquilar una guitarra para dar un concierto en el Ateneo dos días después. Ante lo insólito de la petición, Manuel decidió seguirle el juego, y le dejó una guitarra para que la probara. Al escucharle tocar, tanto José del Hierro como Manuel se quedaron maravillados, y Manuel decidió regalarle la guitarra. Se trata de una anécdota muy conocida, pues el joven guitarrista era Andrés Segovia (seguro que ya lo habrán adivinado), y aquella legendaria guitarra está expuesta en el Metropolitan Museum de Nueva York.
Manuel fue maestro de grandes guitarreros como Santos Hernández, Domingo Esteso y Modesto Borreguero.
En cuanto a JR I, además de ser el maestro de Manuel, lo fue de su hijo José, y de otros guitarreros de renombre como Enrique García y Francisco Simplicio.
José Ramírez II
José Ramírez II, 20 años después de partir a Sudamérica como guitarrista de un grupo folclórico, tras haber convencido con bastante dificultad a su padre de que le dejara ir, con la promesa de volver en dos años, promesa que, obviamente, no cumplió, regresó a Madrid tras la muerte de su padre, y se hizo cargo de la guitarrería. Y trajo consigo a su mujer, Blanca -una española oriunda de Zamora que emigró junto a su madre y a su hermana a Buenos Aires siendo aún una niña- y con sus dos hijos: José y Alfredo. Tuvo la mala fortuna de vivir la guerra civil y, aún peor, la posguerra. No obstante, su gran mérito fue conservar la guitarrería y, gracias también a él, podemos continuar con la tradición.
Fue el maestro de su hijo JR III, así como de Manuel Rodríguez y Alfonso Benito.
José Ramírez III
De José Ramírez III, mi padre, es imposible hacer un resumen sin saltarse un montón de cosas. Era un espíritu inquieto y poseedor de un tesón rayano en la terquedad más absoluta, lo que le llevó a realizar un gran número de experimentos, que Andrés Segovia probaba con paciencia y curiosidad. Existen muchas anécdotas sobre la relación entre Segovia y mi padre que resultaría demasiado extenso relatar aquí.
Lo cierto es que, entre sus propósitos prioritarios estaba el de conseguir que Segovia volviera a utilizar una guitarra Ramírez, y por supuesto lo consiguió, tanto que la única guitarra que utilizó al menos en los últimos diez años de su vida fue una Ramírez, aunque desde mucho antes ya había empezado a utilizar sus guitarras en sus conciertos.
JR III dejó un legado al mundo de la guitarra difícil de superar, a pesar de que él siempre nos decía a mi hermano y a mí que nuestra obligación y derecho era superar a nuestros antecesores -incluido él, claro está- y nos puso el listón bien alto, lo cual formaba parte de su personalidad, pues una de sus frases favoritas era que las dificultades endurecían las vísceras y disfrutaba poniendo retos constantemente, no solamente a sus hijos, sino a todo el que se le ponía por delante, todo ello siempre bien sazonado con un exquisito sentido del humor. Y como todo aquél que destaca en algo, fue tan admirado como criticado, tan copiado como refutado, a lo que él, parafraseando al Quijote, decía: “ladran, luego cabalgamos”, y seguía su camino.
Fue el maestro tanto de mi hermano José Enrique -a la sazón, José Ramírez IV– como mío. De hecho, ambos crecimos oyéndole hablar de su tema favorito, la guitarra, de sus investigaciones, experimentos, indagaciones… y nuestra vida cotidiana estaba impregnada del olor a madera que traía consigo al volver del taller… especialmente del inconfundible olor del cedro rojo que descubrió para el uso de las tapas de sus guitarras. Un personaje maravilloso que tuve el privilegio de tener como padre y maestro, maestro no solo en lo que concernía a la guitarra sino también sobre la vida.
Y fue el maestro además de numerosos guitarreros creando una gran escuela de este antiguo oficio, enseñándoselo a jóvenes que entraron, la mayoría, siendo prácticamente unos niños, y muchos de los cuales destacaron posteriormente, tras independizarse, como el caso de Paulino Bernabé, José Luis Álvarez, Manuel Cáceres, Manuel Contreras, Félix Manzanero, Teodoro Pérez, Arturo Sanzano, Mariano Tezanos.
José Ramírez IV
En cuanto a mi hermano, José Ramírez IV -aunque a él le gustaba que le llamaran José Enrique- empezó a construir guitarras hacia los 20 años. Cuando pasó su examen para ser oficial de primera, tuvo su prueba de fuego en forma de una jugada por parte de los que se encargaban de llevar las guitarras que mi padre seleccionaba para Andrés Segovia, con el fin de que eligiera la que más le gustara y la cambiara por una de las que tenía en su poder.
La broma -cargada de aviesas intenciones, todo hay que decirlo- consistió en incluir subrepticiamente una guitarra construida por mi hermano entre las destinadas al maestro, de forma que cuando pudo darse cuenta ya estaba en el estudio de Segovia y era demasiado tarde para retirarla. Así que, hecho un manojo de nervios, esperó a ver qué pasaba. Aclararé que su guitarra -al igual que todas las guitarras que salían del taller- estaba firmada por nuestro padre, como es costumbre dado que era su taller y su obra, de modo que el maestro no tenía forma de saber quién la había construido.
Y, lo que son las cosas, precisamente eligió su guitarra, con lo que mi hermano, contentísimo como es de imaginar, decidió regalársela y le escribió y firmó una dedicatoria que encoló al lado de la etiqueta. Y esta fue una de las guitarras favoritas de Segovia, entre todas las Ramírez que tenía, y la que con más frecuencia tocó en sus conciertos.
Esta guitarra, diez años después de su fallecimiento, fue adquirida por un caballero japonés, y mi sobrino José Enrique (a la sazón, José Ramírez V) y yo tuvimos la alegría de reencontrar esta guitarra durante una charla que estábamos dando en un establecimiento de Tokio. Acababa de relatar esta anécdota cuando, al terminar la charla, un señor se nos acercó y nos dijo que él tenía ese instrumento, y justamente lo llevaba consigo para que le confirmáramos que era la dedicatoria y firma auténticas de mi hermano, cosa que pude constatar sin lugar a dudas, pues yo viví toda esa historia de primera mano, además de estar presente cuando mi hermano escribió y firmó la nota, aparte de conocer perfectamente su escritura y firma.
Mi hermano falleció joven. Tuvo el tiempo justo de perfeccionar la obra de mi padre desarrollando un sistema que permitió que nuestras guitarras fueran más cómodas de tocar y más estables en su construcción. Asimismo, convenció a mi padre para diseñar una línea de estudio, de forma que los estudiantes y aficionados pudieran tener una guitarra Ramírez a un precio más asequible que nuestras guitarras de profesional.
Asimismo, mi hermano fue también mi maestro, sobre todo en lo que respecta a conocer bien el negocio, y gracias a ello he podido dirigirlo cuando él faltó, aunque aún sigo echándole de menos tanto en los buenos momentos como en los más difíciles.
Amalia Ramírez
En cuanto a mí, entré como aprendiz en el taller a los 23 años. Bueno, una aprendiza bastante de aquella manera, porque saliéndome del sistema habitual, empecé construyendo guitarras directamente. Seguramente porque, como era mujer y no estaba en absoluto previsto que me dedicara a este oficio y menos aún a continuar con una tradición que había sido siempre de hombres, mi padre accedió a mi petición de entrar en el taller.
A los tres años, aproximadamente, dejé el negocio para dedicarme a otras actividades, y regresé a finales de los ochenta para ayudar a mi hermano a reestructurar y dirigir la empresa. Tras el fallecimiento de mi padre, y el de mi hermano pocos años después, me hice cargo del taller, de la oficina y de la tienda.
He hecho también mis experimentos, entre ellos haciendo modificaciones en la aleta de la guitarra de cámara, desarrollada por mi padre, y también creando la guitarra Auditorio, construida con doble tapa, también con doble fondo, y otra variante añadiendo el doble aro. Hice pruebas con la sección áurea. Y he diseñado una guitarra semiprofesional que creara un puente entre las guitarras de estudio y las de profesional.
Y, finalmente, en la actualidad, estoy medio retirada, de forma que son mis sobrinos, Cristina y José Enrique, quienes están dirigiendo la empresa en primera línea, mientras yo me mantengo en la retaguardia haciendo, no obstante, las tareas que puedo y sirviendo de consejera y de memoria familiar.
Cristina y José Enrique Ramírez
La quinta generación, José Enrique y Cristina, son ahora el presente y el futuro de esta empresa centenaria, y se reparten el trabajo, aunque muchas cosas las comparten. Por ejemplo, José Enrique está construyendo guitarras y enseñando el oficio a su hermana Cristina. Él se encarga de la programación de las guitarras según los pedidos que tenemos.
Cristina y él, comparten el área comercial, estando Cristina más dedicada a este aspecto, así como al trato con nuestros guitarristas. Ella se encarga de las redes sociales, y también del diseño de los catálogos, cartelería, folletos, además de seguir aprendiendo el oficio de la construcción de guitarras y apoyar a sus compañeros de la tienda cuando estos la necesitan… Les ha tocado vivir estos “tiempos interesantes” que exigen cambios y renovación constantes, el desafío que les corresponde afrontar, como a cada generación anterior a la suya nos ha tocado experimentar y lidiar con los retos acordes a nuestras correspondientes épocas.
Y lo están haciendo muy bien, ciertamente, tratándose de un negocio centenario, artesanal, fuera del tiempo o más allá de él, que ha subsistido gracias a nuestra capacidad de adaptación, a nuestro tesón de seguir con la tradición familiar, y a nuestra pasión centenaria y diría yo que genética por este oficio maravilloso.
Artículo escrito por Amalia Ramírez.
Abril 2019