Mi tatarabuelo Domingo Ramírez de Galarreta y Martínez de Abad fue un hombre polifacético: fue terrateniente, criador de caballos, constructor, maestro carpintero…  Tuvo seis hijos, tres de ellos varones: José, Antonio y Manuel, y los tres eligieron el oficio de guitarrero.

José (Ramírez I) fue el maestro de su hermano pequeño, Manuel, y no sabemos si también lo fue de su hermano mediano, Antonio, pues de él sabemos bien poco. Solo que tuvo su guitarrería en Logroño, que se hizo cargo de las tierras de su padre y de la cría de caballos, y que siendo aún muy joven desapareció en extrañas circunstancias y su familia nunca volvió a saber de él.

La pasión por la guitarra de las generaciones Ramírez

Mucha debió de ser la afición de José, y de sus dos hermanos, por este oficio cuando el propio José decía que el guitarrero que no moría en un hospital de beneficencia era porque no tenía dinero para llegar a él.

José formó a varios guitarreros, entre ellos a su hermano pequeño Manuel y a su hijo José Simón (Ramírez II) quien también fue guitarrista como su padre.

José Ramírez II fue maestro de otros guitarreros, y uno de ellos fue mi padre, José Ramírez III, quien fue maestro a su vez de su hijo José Ramírez IV y mío, además de enseñar el oficio a un elevado número de discípulos. Es cierto que, si bien mi padre eligió seguir la tradición familiar voluntariamente, pues amó su profesión con la misma intensidad que sus antecesores, consideró que su hijo estaba inevitablemente predestinado a continuar el mismo camino, aunque no hubiera sido su propia elección.

Afortunadamente, mi hermano, José Enrique (Ramírez IV), a pesar de que se rebelaba contra tal imposición, cuando empezó a aprender el oficio siendo muy joven también aprendió a amarlo, como me sucedió a mí, aunque en mi caso fue más bien a la inversa, es decir, se suponía que yo, por ser mujer, no tendría que seguir por ese camino. Sin embargo, precisamente por eso, secretamente decidí que acabaría siendo guitarrera, como así fue. Lo cierto es que mi petición de entrar en el taller a aprender el oficio fue muy bien recibida tanto por mi padre como por mi hermano, y ambos fueron mis maestros.

Alma de guitarrero desde niños

Mi hermano decidió no imponerles a sus hijos la obligación de ser guitarreros, como sus antecesores. Les dejó total libertad para elegir el camino que ellos quisieran. Años después de su fallecimiento, entendí que era el momento de preguntarles si querían continuar con la tradición familiar o no, y así lo hice, pidiéndoles que lo pensaran bien y que solo podrían ser dos de ellos, como una medida prudente protegiendo la continuidad del negocio.

Y así fue como Cristina y José Enrique, la quinta generación, decidieron seguir los pasos de sus antecesores en este bello e incierto oficio, entregándose a él con toda la pasión y dedicación que le hemos consagrado los que les hemos ido abriendo el camino desde hace ahora 140 años.

Y ahora viene la anécdota que tanto nos ha divertido a todos en mi familia. Cuando José Enrique tendría 7 años, hicieron en el colegio uno de esos sondeos para averiguar la vocación de los alumnos. La profesora, entusiasmada y gratamente sorprendida, llamó a su madre, mi cuñada, para hablarle de la originalidad de su hijo, que dijo sin dudarlo un momento que él, de mayor, quería ser guitarrero.¡Qué niño tan original!” dijo “¡Elegir una profesión tan peculiar y poco corriente!”, “claro” respondió mi cuñada, “es que su padre es guitarrero”. Y, bueno, ahora José Enrique ya es guitarrero y maestro de su hermana Cristina, ¿qué más se puede pedir?

Artículo escrito por Amalia Ramírez

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