Ya he comentado en alguna ocasión que era muy corriente que el barnizado de las guitarras, que tradicionalmente se hacía con gomalaca antes de la aparición de los barnices sintéticos, lo realizaban mujeres diestras con el uso de la muñequilla, y que en algunos casos serían las esposas de los guitarreros quienes hicieran esa labor, como pudo ocurrir con mis antepasados. Eso sí, me consta que mi abuela, Blanca Martínez Unzueta, nunca barnizó ninguna guitarra, pero sí que atendía a la clientela en la tienda y conocía muy bien todos los detalles del negocio, los modelos, las calidades… toda una experta que fue de mucha ayuda para mi padre, José Ramírez III.

Y teniendo presente a mi abuela, a menudo me he preguntado sobre la función que pudo desempeñar en el taller de mi tío bisabuelo Manuel Ramírez su mujer, Filomena Vera Cervelló, quien tras la muerte de su marido reabrió el taller el 16 de mayo de 1918, como Viuda de Manuel Ramírez. Con ello, desde luego, mantuvo el negocio y el trabajo de sus empleados, quienes se fueron independizando a medida que se fueron dando a conocer y estuvieron listos para montar sus propios talleres, con la excepción de Modesto Borreguero que permaneció con ella hasta el final.

Lamentablemente es imposible saber qué conocimientos tenía ella sobre la guitarra, y si alguna vez realizó algún trabajo en el taller, pues las actividades profesionales de las mujeres, ciñéndonos en este caso a las guitarrerías, se han mantenido convenientemente en la sombra. 

Manuel Ramírez murió sin descendencia, siendo nosotros la única familia que heredó su legado. De hecho, guardábamos catálogos suyos que, por desgracia, los originales se perdieron al prestarlos para realizar ciertos estudios y nunca más volvimos a recuperarlos, pero también conservamos plantillas de violines y documentos suyos, así como guitarras construidas por él y otras de Viuda de Manuel Ramírez.

Y aunque es sabido que los hermanos, José y Manuel, discutieron y rompieron sus relaciones drásticamente sin volver a reconciliarse en vida, mi abuelo, José Ramírez II, como heredero de su tío Manuel, vivió en su casa de la Cava Baja cuando regresó a España con su familia desde su larga estancia en Buenos Aires, casa que yo conocí, por cierto, cuando era muy pequeña y que mi abuela vendió poco después de enviudar.

Como un dato más de cómo las relaciones se entrelazan misteriosamente, al igual que Modesto Borreguero continuó trabajando con Filomena Vera al quedar esta viuda, su hijo, Enrique Borreguero, trabajó en el taller de mi padre y fue de gran ayuda en mi aprendizaje cuando comencé a construir guitarras.

Y, aún más, yo viví en la casa de Modesto Borreguero, en Ópera, cuando se la compré a sus herederos sin saber todavía que ese mágico vínculo me había conducido hasta allí, vínculo que nos une a mi tío bisabuelo Manuel siguiendo caminos indirectos e insospechados, así que no todo se rompió cuando los hermanos se enemistaron. Espero que hayan arreglado sus cuentas allá donde se encuentren ahora, porque nosotros sí seguimos unidos a ellos en la estela que dejaron.

14 de marzo de 2022.

Artículo escrito por Amalia Ramírez.

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