Debía de ser a finales de los ochenta o, como mucho, a comienzos de los noventa, cuando Gibson era nuestro distribuidor en los Estados Unidos, y mi querido amigo Robi Johns, entonces el encargado de nuestras guitarras, nos envió una fotografía de un sonriente y feliz Mark Knopfler con su nueva y flamante guitarra Ramírez C86 CWE. Teniendo en cuenta que Dire Straits era uno de los grupos favoritos de mi hermano José Enrique y mío, es de imaginar que nos pusimos muy contentos al saber que Mark Knopfler estaba disfrutando con una guitarra nuestra.
Era una cálida noche del mes de mayo de 1992 cuando fui con unos amigos al concierto de Dire Straits. Cuando Mark Knopfler salió al escenario con sus vaqueros, su camisa blanca y una cinta negra atada alrededor de la frente y su guitarra Ramírez, el público —unas sesenta mil personas por lo que más tarde supe— le recibió con una ovación abrumadora mientras él empezaba a tocar Calling Elvis. A continuación, salieron los demás miembros de su banda con una explosión de luces y de sonido impresionante.
Lo cierto es que me gustó tanto el concierto y ver que estuvo tocando su Ramírez con esa maravillosa y tan personal forma suya de tocar, que al terminar intenté ir al camerino para felicitarle, pero me informaron de que ya se había ido al hotel. Así que averigüé en qué hotel se hospedaba y le envié un ramo de rosas rojas con una nota en la que expresé mi admiración y alegría.
Olvidado el asunto, pasó el verano, y en el mes de octubre Dire Straits volvió a tocar en Madrid. Yo no fui a ese concierto, pero varios amigos míos sí fueron y me contaron que, cuando Mark Knopfler salió al escenario, levantó su guitarra Ramírez sobre su cabeza y la exhibió ante el público con orgullo. Entendí que fue una respuesta a mis rosas rojas, y realmente me pareció un gesto encantador que guardo entre mis recuerdos favoritos con mucho cariño.
Artículo escrito por Amalia Ramírez