En mi casa siempre estuvo presente la guitarra, probablemente como en muchos hogares españoles, ya que uno de los encantos que tiene este instrumento es su vínculo con lo popular, con el pueblo. En mi caso era algo más.

Fue una especie de orgullo y curiosidad que me acompañó durante toda mi infancia. Todavía me acuerdo de nuestras visitas a la tienda y al taller. En la tienda me encargaba de volver loco al personal con los kazoos que había en un bote grande de plástico, además de utilizar las púas como si de chapas se tratara.

En el taller me ponía a dibujar con los rotuladores que me ofrecían desde la oficina y me ubicaba muy cerquita de donde trabajaba mi padre. El olor a madera, los sonidos y los colores se instalaron en mi recuerdo como nuevos miembros de la familia. Y así fui creciendo, entre anécdotas, experiencias y el sonido de la afinación de una guitarra.

A pesar de que mi tía Amalia Ramírez abrió el camino para la mujer en nuestra tradición, nadie me esperaba como guitarrera. No tuve José en mi nombre, al contrario de lo que pasó con mis hermanos (José Enrique y Francisco Javier José), ni tampoco salí en aquella fotografía famosa que aparece en el libro de mi abuelo En torno a la guitarra como futuro de Guitarras Ramírez.

Pero como ocurrió con Amalia, ya que el destino es una mezcla de casualidades, suertes y voluntades, mi voluntad fue continuar con el oficio. Mi primera incursión fue cuando mi padre me pidió ayuda para diseñar la fachada de la nueva tienda de la calle de la Paz en 1992. Me llevó con una cámara de fotos por el centro de Madrid para que fotografiara los escaparates antiguos que me gustaban. Como niña me sentí dueña de una gran responsabilidad y así de seria me tomé la encomienda.

Murió mi padre en el año 2000 y sentí que mi camino era seguir con su legado. Me gustó oír cuando tomé la decisión a una de las chicas de la oficina: “sabía que ibas a ser tú”.

Comencé aprendiendo en la tienda a escuchar a los músicos mientras compaginaba mis estudios de periodismo y diseño gráfico. Posteriormente, me metí en el conservatorio para entender y disfrutar de este instrumento. Como soy terca y curiosa por naturaleza, y en el afán de continuar la tradición familiar, logré años más tarde entrar en el taller para aprender. De esta forma pude compaginar otros trabajos con el conocimiento profundo de mi oficio. En la actualidad es mi hermano José Enrique quien supervisa mi carrera hacia oficial de primera, siempre bajo la atenta mirada de Amalia, nuestra maestra.

Gracias a mujeres como mi tía el camino se allanó de obstáculos para las que tomaríamos el relevo posteriormente, a pesar de algunos ecos arcaicos que susurran casi en pasado: “una mujer no tiene fuerza para realizar este trabajo”, “no es oficio para una mujer”, etc. Siempre te encontrarás a quien no te mire a los ojos cuando tratas de explicar algo técnico mientras busca una figura masculina, quien te cuestione con ironía, quien te exija el doble que a un hombre para demostrar tu valía o simplemente quien no te tenga en cuenta, pero por fortuna cada vez ocurre menos.

En la actualidad es el talento y no el sexo lo que se valora. La seguridad en uno mismo es importantísima para mantenerte firme en tu sitio, porque nadie tiene que decidir por ti, y esto tiene mucho que ver con cómo te ha arropado tu entorno. Estoy orgullosa de los hombres de mi familia, porque a pesar de que la tradición arrastrara de manera inconsciente hacia una tendencia, nunca me faltó apoyo y eso me dio fuerzas para tomar las riendas de mi vida, porque este sin duda es mi camino, es lo que amo y lo que me mantiene viva.

Artículo escrito por Cristina Ramírez

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